Es sabido que no hay en la actualidad ningún país que se compare con China en cuanto a cantidad y calidad de jugadores de tenis de mesa. Pero tampoco hay otra nación que se le compare en cuanto a infraestructura de entrenamiento. Es por eso que jugadores de todo el mundo, incluidos aquellos de elite, viajan con frecuencia a la tierra de Liu Guoliang, Kong Linghui y Wang Liqin para perfeccionarse y buscar nuevas alturas como jugadores.
En el 2007 fueron cinco los jugadores argentinos que entrenaron allí. La selección mayor, compuesta por Liu Song, Pablo Tabachnik y Gastón Alto se preparó allí para los Juegos Panamericanos, en los que conseguirían luego la medalla de plata. También los juveniles Rodrigo Gilabert y Joel Szlit fueron en Julio a entrenarse junto a la Gran Muralla, dentro del marco de un programa especialmente pensado para atletas latinoamericanos.
Es que si bien dista de ser accesible, por temas de distancia y costos, cada vez son más los jugadores de la región que deciden hacer el esfuerzo de ir hasta China, muchas veces por sus propios medios, en busca de una calidad de entrenamiento a la que no tienen acceso en sus lugares de origen.
La riqueza del entrenamiento en el país oriental tiene que ver con diferentes factores: la infraestructura (gimnasios, mesas, etc.), la cantidad y calidad de entrenadores altamente capacitados, la diversidad de sparrings disponibles, etc.
Pero además hay otro factor, y es el de la experiencia de vivir en un país donde el tenis de mesa es tan popular como lo es el fútbol en Argentina. Como dijo el mismo Moavro: "entrenar en China te abre la cabeza". Y no se refiere únicamente a los ejercicios en la mesa o en el gimnasio, sino al hecho de prender la televisión a la noche y ver la transmisión de los partidos de pingpong, el reconocer a los jugadores de la selección nacional en los avisos de publicidad, el sentirse parte de algo realmente importante.
La mayoría de nosotros, los que queremos al tenis de mesa y disfrutamos con él, soñamos con la difusión de este deporte. Imaginamos como sería si aumentase su popularidad, si se volviera masivo. Pero casi siempre terminamos por darnos cuenta de que son ilusiones y que en el mediano plazo parece un objetivo poco realista.
Por eso, entrar en contacto con una cultura donde el tenis de mesa está en boca de todos, vivir en ese medio, puede ser un disparador para abrir nuestra mente y animarnos a soñar en grande, catapultándonos a nuevas alturas.
Seguramente en todo esto pensará Sebastián, mientras esté en Beijing disfrutando de una lata de Coca-Cola con la imagen de Wang Liqin dibujada en ella.