Es sabido que la industria del deporte es el próximo gran negocio. Empresarios de todo el mundo han detectado que es en eventos deportivos donde deben invertir si quieren ser exitosos. Y con el mercado deportivo expandiéndose vertiginosamente, el del tenis de mesa no es la excepción.
Es más, el tenis de mesa ha tenido la necesidad de luchar por convertirse en un negocio rentable. Tuvo que hacerlo hace unos años, por ejemplo, para lograr mantenerse en el programa de los Juegos Olímpicos de Verano, cuando su continuidad se balanceaba en la cuerda floja.
Para alcanzar este objetivo los dirigentes de la ITTF tomaron una serie de medidas, como el alargar el diámetro de la pelotita, darle diferentes colores, acortar los sets a 11 tantos, prohibir que se esconda el saque, permitir la colocación de publicidades hasta en la red, etc., etc., etc.
Todas estas medidas tenían como objetivo disminuir la velocidad del juego, permitir que los puntos duren más pelotas y hacer más atractivo el juego para los espectadores, la televisión, y en definitiva, para los potenciales sponsors.
Y si bien los objetivos fueron parcialmente logrados, habiéndose obtenido algunos resultados positivos, hay otra amenaza que acecha al deporte y es la de la naturalización de jugadores de otros países. Este tema no es propiedad exclusiva del tenis de mesa ni mucho menos. Es moneda corriente que cada vez que se aproximan los Juegos Olímpicos decenas de atletas reciban sus cartas de naturalización gracias a movidas políticas y trámites acelerados.
El propio Joseph Blatter, presidente de la FIFA, advirtió hace unos meses del peligro de la colonización brasileña, advirtiendo que de no tomarse las precauciones necesarias, los jugadores del país sudamericano acapararán la mitad de los seleccionados nacionales en los próximos diez años.
Y si en el fútbol el peligro es de aquí a unos años, en el tenis de mesa es inminente. Cada vez son más los países que "compran" jugadores, sobre todo chinos. Es que es tal la cantidad de jugadores de primer nivel mundial que existen en ese país, que verdaderos monstruos del deporte, potenciales Top Ten, se ven obligados a emigrar para conseguir compertir internacionalmente.
Además de ser cada vez mayor el nivel de los jugadores que se naturalizan, ha aumentado también la jerarquía de las asociaciones receptoras. Antes eran países de segundo o tercer órden los que seguían esta política, ahora hasta Japón, uno de los países más exitosos en la historia del tenis de mesa, se ha "dignado" a reclutar un jugador de China.
Al margen del debate que se puede suscitar (apuesta a largo plazo y trabajar con los jóvenes vs. resultadismo inmediato gracias a la "adquisición" de extranjeros), y que puede ser más complejo de lo que aparenta a priori, ya que ambas posturas tienen sus pro y sus contras, está claro que la invasión de jugadores chinos atenta contra el atractivo natural del deporte.
El tenis de mesa perderá su diversidad, su heterogeneidad, y se convertirá en un deporte reservado únicamente para una elite perteneciente a un país determinado. Además de que este proceso ayudará a consolidar la hegemonía de los chinos. Resulta lógico pensar que si los demás países nutren sus planteles con las "sobras" de China, no podrán nunca derrotarlo. Sólo competirán por el segundo lugar.
Y ese fue de alguna manera el escenario en el último Campeonato Mundial, disputado en Guangzhou, China, del 24 de Febrero al 2 de Marzo. China se consagró previsiblemente campeón, una vez más, tanto en hombres como en mujeres, mientras que la verdadera competencia fue realmente por el segundo puesto. El segundo es el "campeón", porque con China directamente no se compite.
Por eso las autoridades de la ITTF, reunidas en Guangzhou, aprobaron (¡al fin!) una nueva norma para regular l